La identidad sexual ya no se concibe desde una concepción binaria; celeste y rosa son identificaciones cromáticas (y sociales) que no representan los diversos matices que integran al modo en que vivimos y expresamos nuestra sexualidad.
Hoy somos libres de indagar, sin prejuicios, cómo queremos que nos reconozcan. Entendimos -a fuerza de lucha- que el color de un casillero no define la identidad y que “niño” o “niña” , como categorización de género binaria, dicotómica, resulta inadecuada para describir el mundo en el que vivimos. La realidad nos muestra una paleta mucho más extensa de lo que las generaciones precedentes nos transmitieron: que había sólo dos casilleros, uno celeste y el otro rosa, que, cual compartimentos estancos, no se rozaban… una cisheteronorma que se impuso como regla ante un mundo de sujetos que reclamaban un reconocimiento. Una norma que dictaba que si se nacía macho, la identidad iba a ser de varón, con una expresión masculina y una orientación hacia la mujer, heterosexual. Y viceversa. Quien osara quedar por fuera de esta norma debía ser ¨curado¨, ¨corregido¨, cuando no ¨encarcelado¨.
Creer que hay sólo una forma de hacer o ser, es una mera ilusión. La experiencia siempre nos ha demostrado formas alternativas de la identidad que pueden ser mucho más interesantes que las establecidas. Y, por sobre todo, que son auténticas. Ni hablar en las prácticas sexuales… hay mil formas de hacerlo, más allá del misionero. La cultura tradicional ha moldeado nuestros modos de concebir las relaciones, al punto de condicionar nuestra autopercepción. Sin embargo, lo más importante es no quedarse con lo estipulado y sentirse libres de avanzar hacia otras formas de conocer a las personas y experimentar los vínculos… disfrutar de los distintos matices.

La falta de apertura en temáticas sexuales nos llevan a simplificar y caer en errores comunes, como confundir los términos “identidad de género” y “orientación sexual”, que son conceptos diferentes. Mientras que la “orientación sexual” se refiere al género de las personas por las que sentimos atracción; la“identidad de género” se refiere a con qué género nos identificamos. Por último, podemos expresarnos, presentarnos ante el mundo de forma ¨masculina¨, ¨femenina¨ o mas bien andrógina.
Históricamente, la sociedad occidental ha reconocido sólo dos géneros: masculino y femenino. Sin embargo, en las últimas décadas, la comunidad LGBTQ+ ha desafiado esta noción binaria promoviendo una mayor comprensión y aceptación de la diversidad. Ahora, hay un creciente reconocimiento de que el género es un espectro y que hay muchas formas de expresarse. Aunque nos parezca ¨nuevo¨ en occidente, muchas otras culturas (que fueron invisibilizadas cuando no aniquiladas durante los siglos de colonialismo) conceptualizaron el género de manera no binaria: en 3, o en 5, tanto en América como en África como en el sudeste asiático.
Las personas que se identifican con el género asignado al nacer, se denominan CISGÉNERO; mientras que otras pueden sentir que no se ajustan al género asignado (o que el género asignado no les representa), ya sea porque no se identifican con ninguno de los dos géneros tradicionales o porque se identifican con el género ¨opuesto¨ al asignado. Hay quienes pueden identificarse con múltiples géneros o incluso experimentar cambios en su identidad de género a lo largo del tiempo. Todas estas personas, que discrepan con el género asignado al nacer se podrían agrupar bajo el ¨paraguas¨ del término transgénero.
Al no estar determinado por el sexo biológico, el género permite cuestionar las nociones binarias y celebrar la diversidad. Esto es fundamental para no condicionar a nadie con estructuras que funcionan para algunxs, pero no para todxs.

Finalmente, debemos remarcar que las identidades de género que pueden variar ampliamente. Les compartimos algunas de las identidades más frecuentes:
1. Hombre o varón (CIS): una persona que se identifica con el género masculino, que fue asignado al género masculino al nacer por su anatomía (pene, testículos).
2. Mujer (CIS): una persona que fue asignada y se identifica con el género femenino.
3. Persona no binaria: una persona que no se identifica exclusivamente como hombre o mujer.
4. Género fluido: una persona cuya identidad de género puede cambiar o fluctuar a lo largo del tiempo.
5. Transgénero: una persona cuya identidad de género no coincide con el género que se les asignó al nacer. Si efectivamente se identifica con un género de la ¨opuesto de la polaridad¨, y hubiera sido asignado al género femenino al nacer, decimos que es un varón trans; si fue asignada al género masculino y se identifica como mujer, es mujer trans (independientemente de la expresión de género y de las modificaciones corporales que tenga… o no tenga)
7. Bigénero: una persona que se identifica con dos géneros diferentes.
8. Pangénero: una persona que se identifica con todos los géneros.
9. Agénero: una persona que no se identifica con ningún género en absoluto.
Intersex: una persona que nace con características sexuales que no se ajustan a las definiciones típicas de “macho” o “hembra”. Esta es una categoría de análisis diferente. El sexo hace referencia a atributos biológicos, mensurables, no tiene nada que ver con la identidad. ¿Qué atributos? Cromosomas, genes, gónadas (glándulas sexuales), genitales, hormonas….
Más allá de las categorías, que sólo reflejan las distintas formas en que las personas somos y podemos expresarnos auténticamente, es esencial respetar y reconocer la identidad de género de cada quien y trabajar para crear entornos inclusivos y seguros para todxs. Una forma sencilla y efectiva de mostrar que validamos la identidad de una persona es preguntarle el o los pronombres por los que prefiere ser llamada. Por una multiplicidad cromática más amplia y diversa.
Asesoró: Koinonía