La posibilidad de trascender a través del goce, alcanzar el orgasmo y disfrutar del placer ha sido una realidad históricamente negada por la cultura occidental para las mujeres cisgénero.
Lejos de la satisfacción y limitado a fines reproductivos, la sexualidad femenina fue víctima de un oscurantismo que aún paga las consecuencias. Investigaciones actuales indican que cerca del 50% de las mujeres heterosexuales no llegan al clímax durante el encuentro sexual, pero sí consiguen el orgasmo en un 95% de los casos a través de la autosatisfacción. Sin embargo, los tabús que rodean al placer en las mujeres terminan por engendrar múltiples limitaciones para que el goce sea pleno.
La negación del placer lleva un largo recorrido, desde los orígenes de la humanidad se ha asociado a las mujeres con la histeria; los antiguos griegos vinculaban la falta de goce con el desarrollo males corporales y psicológicos, de ahí el término “hysteron” que significa útero.
Acusadas de endemoniadas, brujas, problemáticas o enfermas, por casi 20 siglos la insatisfacción femenina fue motivo de consulta. Entre sus síntomas estaban los cambios de humor, irritabilidad, espasmos, insomnio, sofocos, en un listado interminable que conformaba el perfil de una mujer difícil.
Para contrarrestar este mal, a lo largo de los años se han buscado “tratamientos diversos”, desde lavajes o chorros de agua en la zona genital hasta masajes pélvicos provistos por un médico que recurría a técnicas de gran destreza manual y que culminaban cuando las mujeres alcanzaban el orgasmo o el “paroxismo histérico”. En síntesis, masturbaban a las pacientes para librarlas del padecimiento.
También se recomendaba andar a caballo, usar bicicletas, e incluso se desarrollaron dispositivos vibradores que fueron evolucionando a lo que a fines de 1800 se conoció como el primer vibrador personal. Con resultados rápidos y efectivos que generaban orgasmos liberadores.
Si bien la histeria es un término que aún se aplica en psicología, ya no está asociada a la falta de orgasmo y placer. El empoderamiento y la lucha por el derecho al goce han permitido que la satisfacción del deseo consentido -en todas sus expresiones- sea posible.
El orgasmo se ha ganado un lugar de privilegio dentro de las demandas feministas, no como un fin en sí mismo sino como una manifestación liberadora de sentir y experimentar. Se trata de un camino que aún estamos recorriendo. Y, si bien permanecen ciertos tabúes que impiden una experiencia plena, la autoexploración, el diálogo con otrxs y la apertura a diversas formas de vivir la sexualidad abren la puerta a un mundo de placer.