Los discursos de odio llevan a crímenes de odio. Todas las personas nacimos libres e iguales, dice la carta de derechos humanos de la ONU, que cumplió 75 años. ¿Todas las personas somos libres e iguales? Claramente no.
Cuando desde lugares de poder, ya sean religiosos, o políticos, se dicen que hay personas que valen menos que otras, que tienen conductas insanas, que son enfermas, en definitiva, que son menos “persona” que otras por el mero hecho de ser gay, lesbiana, o trans, o cualquier otra identidad de la disidencia sexual (o cualquier minoría) se está habilitando la violencia hacia esas personas.
Disminuir el estatuto de persona humana es el primer primer paso para el genocidio. Suena fuerte pero es así. Los colonizadores europeos decían que de los aborígenes, ya sea de América, África o Asia, no eran personas, que eran como simios, que no tenían alma, y en eso se basaban para esclavizarlos y masacrarlos. Los nazis argumentaban que los judíos, el colectivo LGBT, los gitanos y los discapacitados, no tenían “rango” de persona y que contaminaban la pureza de la raza. Miren hasta dónde llegó ese discurso de odio.
No es llamativo que el vocero presidencial no califique de crimen de odio al lesbicidio de Barracas, que fue claramente un crimen de odio. Las mató solamente por ser lesbianas. No es llamativo porque el biógrafo del presidente, Nicolás Márquez, haga apología de la homofobia. Tampoco que la canciller llamara “piojosos” a los a los homosexuales hace unos meses.
Aunque parezca desproporcionado, no quiero dejar de comparar el discurso homofóbico y transfóbico con otros discursos de odio. Todos empiezan así, bajando el estatus de persona del colectivo disidente, “extraño”, sea cuál fuere, para que una vez que no sea considerado persona se habilite la violencia. Porque los seres humanos tendemos a volcar toda nuestra agresión hacia aquellos grupos que consideramos externos, distintos al nuestro. Esto, en algún momento de nuestra filogénesis, tuvo un fin para la supervivencia (competir por recursos naturales contra otras tribus) pero hoy no tiene ningún propósito más que la violencia por la violencia misma.
Si no frenamos los discursos de odio van a haber muchos más crímenes de odio.
Alza tu voz.
“Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. (Edmund Burke –1729-1797).
* Por Dra. María Edith Martin (M.N.105686), sexóloga clínica, especialista en diversidad sexual y Presidente de Koinonía.