Durante años, la experiencia del autoplacer fue un territorio vedado. A muchas personas —especialmente mujeres, disidencias, y los cuerpos no hegemónicos— se nos enseñó a ignorarlo, a callarlo o a esconderlo. Crecimos con más advertencias que herramientas, más mandatos que curiosidad. Pero hoy eso está cambiando.
¿Qué pasaría si nos animáramos a pensar el sexo por fuera de lo exclusivamente genital, rápido o mecánico? Muy lejos del porno y en las antípodas de los modelos biomédicos más tradicionales existen propuestas más disruptivas y transformadoras para reconectar de forma más profunda y auténtica con el goce.
A partir de un enfoque propio, Indalecio predica el placer encarnado, la escucha del cuerpo y el consentimiento claro y explícito como las bases de su Taller de Autoexploración Sexual. Una iniciativa que surge de este educador sexual somático y activista LGTB certificado en el Sexological Bodywork.
“Cuando conectás con lo que sí te gusta, se hace evidente lo que no. Un cuerpo que reconoce el placer también reconoce los límites. Y eso cambia todo”, dice. Desde hace un tiempo, Indalecio facilita talleres de autoexploración sexual, donde cada persona puede reconectar con su cuerpo, sus ritmos, su deseo —y desandar los caminos del sexo aprendido como deber o como guion rígido.

“Nos queda el 1-2-3 del porno: te beso, te la chupo, me la metés. Pero hay kilómetros de piel que no aprendimos a explorar”. Los resultados de un porno mainstream que impuso formas aceleradas, impersonales y centradas en la mirada externa, y nos privó de tocar, de tocarnos, de mirar, de decir que sí y, sobre todo, de decir que no. “Una influencia que va insensibilizando a la gente en relación a todo el contenido que ve”, menciona este activista del placer.
Explorar el placer no es solo cuestión de cama. Es también una forma de volver al cuerpo, de habitarlo con orgullo, de decir “esto me gusta, esto no”. Es autonomía, identidad, libertad. Y en contextos sociales hostiles, donde el deseo se regula, se castiga o se silencia, el placer puede ser una forma de resistencia.
El deseo negado: ¿por qué cuesta tanto conectar con el placer?
Porque nos enseñaron a tener sexo, pero no a sentirlo. Porque la educación sexual fue (y muchas veces sigue siendo) escasa, genital, heteronormativa y culposa.
“Nos enseñaron a tener sexo reproductivo, pero no por placer. No sabemos cómo nos gusta que nos toquen, ni cómo tocar. Y mucho menos cómo decir que no”. Por eso, las reglas de consentimiento son la columna vertebral del trabajo: claras, explícitas y siempre revocables. Lejos de imponer, Indalecio invita a la desobediencia: “faltame el respeto a la consigna, hacé lo que tu cuerpo te pida”. Indalecio propone una experiencia de conexión, cuerpo y consentimiento. Y afirma, “un cuerpo conectado con el placer sabe cuándo está siendo abusado”.

“El placer es casi una necesidad y una exploración hasta contracultural”
Los talleres como espacios de recuperación del deseo
En una cultura donde la sexualidad se educa desde el miedo o el silencio, los talleres de autoexploración sexual proponen otra forma de sentir: desde la curiosidad, el consentimiento y el derecho al goce.
En cada encuentro, Indalecio propone prácticas como masajes, autoestimulación consciente y exploración sensual y sensorial, siempre desde el consentimiento, la escucha y la presencia. Las masturbandas —encuentros grupales de autoplacer— son un ejemplo: personas compartiendo un espacio íntimo, en comunidad, redescubriendo cómo les gusta tocarse y ser tocadxs.
Se abordan prácticas de masajes genitales donde el foco no está en la performance, sino en la autenticidad. Cada cuerpo es un territorio a explorar y cada quien se aboca a su autodescubrimiento.
¿A quiénes están dirigidos estos talleres?
A todxs. Personas solas o en vínculo, con o sin experiencia, de todas las orientaciones e identidades. Los únicos requisitos: curiosidad, ganas de escucharse, y compromiso con una sexualidad honesta, cuidada y sin tabúes.
Indalecio no solo educa, milita el placer: “el placer es casi una necesidad y una exploración hasta contracultural”. A modo de prédica, es una revolución íntima que desafía los preconceptos sociales.
En un contexto donde los discursos sexonegativos aún persisten, esta propuesta se presenta como una forma de desarmar tabúes, sanar heridas y crear nuevas narrativas del goce.